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Una oración hecha a tiempo – Testimonio de Rubén Solari (Parte 3/3)

Las luces se siguieron acercando y resultaron finalmente ser un colectivo, que paró a unos metros de donde Rubén estaba.

Por las escaleritas, bajó una mujer que, al escuchar a este hombre lleno de lodo y sangre que la llamaba pidiendo ayuda, se sumergió rápidamente en la oscuridad de la noche, rumbo a una de las pequeñas casitas que se veían dispersas por la zona.

–Señora, ¡Señora! –siguió llamando Rubén, pero era inútil. Una dama no iba a arriesgarse en una situación así.

El colectivero tampoco hizo caso a los gestos que este hacía, y arrancó interrumpiendo el silencio de la noche con un sonoro ruido de motor.  A los lejos, los perros comenzaron a ladrar.

Seguir ahí era peligroso y Rubén además necesitaba ayuda médica, por lo que, caminando lentamente y dando un gemido a cada paso que daba, llegó al que muchos años después supo era el Convento de las Hermanas Azules, en Florencio Varela.

Caminando por una vereda angosta, encontró un portón. Golpeó, pero no respondió nadie. A unos metros, había otro portón y volvió a golpear.

Una mirilla chiquita se abrió y  desde adentro una voz femenina preguntó quién era, pero al ver que se trataba de un varón, le aclaró que allí solo atendían a mujeres, y que fuera a la comisaría que estaba en la calle principal, a unas pocas cuadras.

Agradeció, pero por supuesto que ese era al último lugar al que quería ir después de lo que había vivido.

Cuando ya había llegado a una de las calles principales, quiso saber dónde estaba, por lo que se acercó a una persona que pasaba por ahí, y después a otra más, pero todos solamente lo miraban de forma despectiva y seguían su camino.

Parecía un borracho de la calle, y su reflejo en una vidriera lo confirmó: estaba despeinado, tenía sangre en el rostro y lodo en la ropa. Después de ver su condición, mojó un pañuelo en una zanja, se limpió como pudo, y luego pidió indicaciones para llegar a José Mármol, localidad donde vivía.

Le recomendaron tomar un colectivo, que llegaba hasta Calzada, y después de esperarlo algunos minutos, este llegó.

–¿Qué te pasó? –preguntó el chofer con mala cara.

–Tuve un accidente con la moto –mintió Rubén.

Al bajar del colectivo, mientras caminaba, pensaba en qué le iba a decir a su esposa. Llegó a la conclusión de que decirle que se había peleado en la calle con alguien era lo mejor que podía hacer, pero antes de llegar a la casa, pasó por lo de un médico amigo que atendía a cualquier hora, quien lo curó como pudo y le prestó una camisa limpia.

Una vez en su casa, le dijo a Carmen, su esposa, lo que había pensado decirle. “Cuándo no, pero mirá lo que te hicieron”, exclamaba Carmen con preocupación, y en voz baja porque los chicos ya dormían.

–Hoy vinieron a verte de la Municipalidad, pero les aclaré que estabas en el diario.

–¿Así que estuvieron por acá? Bueno, me voy al diario –contestó Rubén.

Y cuando salió nuevamente, se encontró en la esquina con uno de sus compañeros de la Municipalidad, quien le dijo que estaban todos enloquecidos por lo que había pasado.

Finalmente llegó al diario La Unión, su segundo empleo, donde trabajaba con su hermano y su cuñado, y ellos al ver cómo estaba, lo llevaron rápidamente a los bomberos para que lo curaran. Después de algunas radiografías, corroboraron que tenía varias costillas rotas, le pusieron una faja y le recomendaron que no masticara nada para que las muelas se pegaran de nuevo, pero a pesar de que Rubén obedeció el consejo, las muelas con el tiempo se le fueron cayendo.

Después de una noche agitada, finalmente volvió a su casa a descansar. Eran como las tres de la mañana cuando le contó a Carmen la verdad, con todos los detalles, incluyendo lo que el portero de la Municipalidad le había recomendado hacer en una situación en la que necesitara ayuda.

Sábado de Gloria

Rubén odiaba a los curas, pero se había comprometido a seguir a Dios, y esa promesa la había tomado con seriedad.

Al día siguiente, a la noche, tarde, hacían, cerca de su casa, una misa por el Sábado de Gloria, y Rubén le pidió a su hija que lo acompañara. Irene, que había tenido que insistirle a su papá para que la dejara hacer catecismo, aceptó la propuesta casi con entusiasmo.

Cuando llegaron, cantaron algunas canciones, el cura dio una reflexión y, al terminar, salió un poco apurado.

–Padre, Padre, tengo que hablar con usted, tengo una cosa que contarle –lo frenó Rubén.

–Hoy no que todavía me falta una misa en Claypole, mañana me contás.

Andá a freir papas, pensó Rubén por dentro, agarrando la manito de Irene. “Vamos, qué sabe este lo que voy a hacer”, le dijo a su hija. Y mientras caminaba un poco molesto de regreso a su casa, se chocó en el camino con un hombre, al cual reconoció después de disculparse.

–Inspector, ¿cómo está? Ya sé, no me cuente nada… –le dijo Benito Nuñez, el portero que le había hablado de Dios.

–¿Qué sabe usted? –preguntó Rubén sorprendido, no solo por las palabras de Benito sino también por habérselo encontrado en ese lugar, siendo avanzada la noche.

–Y…, el portero se entera de todo. Ayer, cuando llegaron los muchachos, Concepción escuchó que murmuraban que te habían levantado. “Sabés que al inspector ese que le dijiste que iba a servir a Dios, lo levantaron”, me dijo. Entonces agarré a la gorda y le dije: “No puede ser, si Dios me dijo que iba a usar a este hombre, no puede ser que le haya pasado lo que le pasó. Vení, vamos a orar”. Nos arrodillamos a las siete y media. Créame, inspector, a las nueve el Señor me dijo que usted estaba libre. ¿A qué hora lo soltaron?

La respuesta de Rubén fue de solo tres palabras.

–A las nueve.

Esto no fue casualidad, entendió Rubén, y entendió bien. ¿Podría haber sido casualidad que Benito le hablara del Señor días antes de que los militares lo secuestraran? ¿Había sido casualidad ese Cristo tallado en madera que colgaba de las frías paredes del centro de detención? ¿Había sido casualidad que, cuando miró el reloj a las nueve de la noche, desde ese oscuro zanjón, un siervo del Señor a algunos kilómetros de distancia estaba orando por él, y recibiendo en ese mismo momento el aviso de Dios de que Rubén ya estaba libre?

¿Es que hay en realidad alguna coincidencia en el camino del Señor?

***

Este es uno de los tantos testimonios de la vida de Rubén. También pueden leer de la vez que, por un accidente de tránsito, quedó en silla de ruedas en Cuando lo que Dios hace no tiene sentido, y hay muchos otros que todavía quiero contar y que, Dios mediante, formarán parte de un libro sobre su vida.

Para mí, cada testimonio de personas que sirven al Señor son perlas preciosas que me gusta coleccionar. Cada una de ellas me alienta en este camino. Además, noto elementos en común en cada testimonio que leo o me cuentan. ¿Los notaron ustedes también? Voy a hablar de eso el próximo viernes.

Gracias por leer estos artículos, espero realmente sean de edificación para cada uno de ustedes.

Un abrazo grande.

Marisol

4 Comentarios

  • Albina

    Qué bien nos hacen estos testimonios! Y nunca el Señor nos deja de sorprender…Él siempre tiene el control de todo y de cada detalle! Nuestro Papá es tan amoroso!!
    Gracias!

  • Lidia

    Tremendos los caminos del Señor, El sabe como llegar a cada persona en el momento justo…!!! Nos hace bien leer estos testimonios…gracias Marisol…!!! Besos…!!!

  • Irene

    Hay muchos detalles que papá no me contó de esto que le pasó…de hecho supe la verdad años después ya que en ese momento solo tenía 9 años…Lo único que agradeceré por siempre a mi Dios por haber entrado en nuestras penosas vidas hasta ese momento para cambiar nuestra historia hasta la eternidad.¡Mi Dios es grande!!!!!

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