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Un bocado dulce – Testimonio de Rubén Solari (Parte 1/3)

Rubén fue víctima de las famosas desapariciones de la dictadura militar argentina en el año 1977. Fue por este secuestro que empezó a conocer al Señor, a través de una conversación que llegó a tiempo, un crucifijo de madera y la respuesta a su primera oración, que aunque nació por el miedo y el dolor, aun así fue el inicio de un pacto que perdura hasta la actualidad.

Un bocado dulce y palabras que llegaron a tiempo

Rubén no se acercaba a la iglesia ni por casualidad, y si lo hacía era de lejos y para corroborar que, efectivamente, estaban todos locos.

En aquel tiempo, en plena dictadura militar, trabajaba en la municipalidad de Almirante Brown durante el día. Fue en ese trabajo donde conoció a Benito Núñez y a su esposa Concepción, quienes trabajaban como caseros en aquel lugar.

Además, en el turno noche trabajaba en el diario La Unión.

Una jornada laboral en la municipalidad se había extendido un poco más de lo habitual, y Rubén estaba en el fondo de la propiedad del municipio limpiando una moto que se iba a llevar para llegar rápido al diario.

Esa tarde, Benito se le apareció a Rubén con unos mates y unos pastelitos que hacía su esposa, que, para Rubén, eran los mejores pastelitos que había probado en su vida.

–¿No querés un café? Vieja, preparale un café al inspector –le pidió a su mujer antes de que Rubén pudiera contestar la pregunta.

Conocían el punto débil de Rubén: lo dulce. Con una propuesta así era factible que por lo menos se quedara para escuchar lo que Benito tenía que decirle.

–Usted sabe que yo lo estaba mirando a usted –empezó Benito– y yo le dije a la gorda: el Señor me está hablando para que le diga algo al inspector.

–¿Sí? –contestó Rubén poco interesado, pensando solamente en no ser descortés.

–Sí –agregó Concepción, ya con el café en la mano–. Y yo le contesté: ¿le vas a hablar de Dios a un zorro gris? –en referencia a los uniformes de los policías de tránsito.

–Pero señora, yo no uso ropa de zorro gris. Yo ando con la moto, hago notificaciones y ando con mi traje y corbata. Yo lo que hago en la calle es diferente –se defendió Rubén.

–Son todos iguales –profirió Concepción.

Ya habían metido en tantos líos a su esposo en el trabajo que había perdido su confianza en cada uno de ellos.

–El Espíritu me dijo que te diga: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Y nadie va al Padre si no es por mí –prosiguió Benito, antes de que la conversación perdiera su rumbo.

–Ajá. ¿Y? – respondió Rubén, preguntándose irónicamente por dentro si este era como uno de esos tantos que decían tener teléfono directo con Dios.

–Lo que quiere decir es esto, yo se lo voy a explicar a usted para que lo entienda: la mayoría de las personas hemos sido criadas creyendo que para poder llegar a Dios hay que ir primero a María, pedirle a la madre, y a los santos. ¿Y por qué vamos a ir al portero cuando tenemos la oportunidad de hablar con el dueño de la empresa?

Rubén miraba la hora.

–Dígame una cosa. ¿Usted cómo entró a trabajar acá en la municipalidad?

–Yo entré por el intendente.

–¿Vio? Si usted hubiera entrado acá a pedir trabajo no se lo hubieran dado. Es difícil entrar en la municipalidad, usted entró porque usted habló con el comandante, y él le dijo que sí y ahí está trabajando. Usted tiene que hablar directamente con Dios. Y la manera de llegar a Dios es por medio de Jesucristo. Él es el Camino y dice que para llegar a Dios hay que caminar por él. Eso es lo que significa. No le prenda velas a San Antonio, no le prenda velas a su santo. Haga la prueba, y en un momento en el que usted tenga una necesidad, pídale a Dios por medio del Espíritu Santo y de Jesucristo, y va a ver cómo Dios obra.

–Ajá, ¿cómo es, entonces?

–“En el nombre de Jesús y por los méritos del Espíritu Santo –le explicó–, Señor, yo te pido que me escuches porque te necesito”. Y ahí está, ahí hable todo lo que usted quiera porque usted sabe. Con las palabras suyas.

Rubén asintió. Terminó el pastelito que le habían ofrecido junto con el café y, aliviado porque la charla había terminado, se retiró.

Era lunes de Semana Santa, y aunque Rubén todavía no lo sabía, esa conversación iba a ser su salvavidas en una de las peores tormentas que estaba a punto de transitar.

Levantado a punta de pistola

Pasó el lunes, pasó el martes, pasó el miércoles y también el jueves. La conversación del lunes no había producido ningún cambio en la vida de Rubén y por supuesto que su opinión sobre los cristianos seguía siendo la misma: unos locos que decían hablar con Dios.

Esquivó a Benito durante  toda la semana, para evitar cualquier oportunidad de que se volviera  a tocar ese tema. No le había molestado, pero lo había incomodado.

Ese viernes por la tarde, en un operativo policial. Aunque Rubén no estaba participando del operativo, sí se encargaba de revisar la documentación de los autos después de que estos eran requisados. Daba el visto bueno para que estos pudieran continuar su viaje.

Tenía los ojos irritados por una conjuntivitis y uno de sus compañeros, que trabajó con él pocos días, le había ofrecido prestarle unos lentes de sol Ray-Ban Clipper espejados. Él se los puso y agradeció porque podía ver mejor y descansar un poco la vista.

Tenía los lentes puestos cuando un Peugeot blanco con tapizado rojo se acercó a  donde él estaba.

–Me mandan a que usted me mire los documentos –pronunció una de las cuatro personas que estaba dentro del coche.

Rubén miró en dirección a su compañero, quien con un gesto de afirmación corroboró que lo que le decían era correcto.

–Cómo no –respondió Rubén, agachándose para ver mejor.

–Perdone, lo tengo en el bolsillo de atrás.

Por la incomodidad para sacar algo del bolsillo estando dentro del auto, el hombre abrió la puerta, pero lo que sacó no fueron documentos sino una pistola 45, y con la amenaza de “Quedate quieto que sos boleta”, lo metieron en los asientos de atrás.

El Peugeot blanco arrancó, y en el puesto de Rubén quedó la moto, y el casco sobre la moto.

El sol tibio de la tarde y la conversación alegre de los peatones no reflejaban lo que en ese tiempo estaba ocurriendo en el país y mucho menos lo que Rubén estaba a punto de vivir.

***

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Continuación: El Cristo de madera – Testimonio de Rubén Solari (parte 2/3)

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