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Sanos por la Palabra, de Jorge Himitian

Hace pocas semanas estaba con mi suegra buscando un kiosco donde vendieran huevitos Kinder. Habíamos preguntado en varios negocios y ninguno tenía, hasta que encontramos uno que sí. Mi suegra entró al local para pedir uno, y notamos que había una mujer en la entrada, pero pensamos que ya estaba atendida.

Estábamos debatiendo que si el huevito Kinder o el monito que aplaude (una golosina que descubrí hace poco) cuando la señora nos interrumpió, diciéndole a mi suegra:

–Señora, yo estoy pintada, ¿no?
–Ay, ¡discúlpeme! –contestó mi suegra, que es una de las personas más amorosas que conozco–. ¡Pensamos que ya estaba atendida!
–Quédese tranquila, compre el huevito que total yo estoy pintada.
–No, no, pero pase, compre, no la habíamos visto.
–No, no, compre tranquila, que yo estoy pintada –repetía con insistencia la mujer.

Mi suegra le agradeció con énfasis, un poco irónicamente, terminó su compra, que al final fue el monito en vez del huevo Kinder, y nos fuimos, yo riéndome por la situación y ella un poco mal por cómo la había tratado esta mujer.

Pocos días después, compré por Mercado Libre una camita para poner en la habitación de mi hija. Una vez confirmada la compra, tenía que enviarle al vendedor el domicilio de entrega, pero como vivo en zona rural, ese paso no era tan sencillo. Intentaba explicarle esto al vendedor por  mensaje, cuando me llamó por celular literalmente a los gritos. Increíble. En mi vida me había pasado algo así. Le pedí que me tratara con respeto, y que de todas formas quería cancelar la compra.

Finalmente, bajó el tono de voz y pudimos entendernos, pero yo terminé llorando y rodeada de juguetes que mi hija me traía en silencio para que yo me sintiera mejor (chiquita hermosa). Continué con la compra, y el producto llegó bien, pero aun así la titulé “la peor compra de mi vida”.

Sanos por la Palabra, de Jorge Himitian

El libro Sanos por la Palabra, de Jorge Himitian, comienza con una firme declaración: la sociedad está enferma y necesita ser sanada. “Hay mucha gente con amarguras, resentimientos, depresiones, complejos, opresiones, ataduras, temores y angustias”.

Y sigue el autor más adelante: “Hay muchas formas de exteriorizar los problemas interiores. Algunos lo expresan a través de la depresión, la tristeza, un gran desánimo más allá de lo común. Otros explotan. Se vuelven nerviosos, iracundos. Responden mal a su esposo o esposa e hijos. Tienen un mal genio en el trabajo. Hay algo dentro que está mal y precisa ser sanado”.

Causas de enfermedades espirituales

Estas situaciones que mencioné anteriormente, además de ejemplificar muy bien el tema del libro, nos sirven también para entender con claridad Hebreos 12:15, que dice: “… que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”.

Estar espiritualmente enfermos no solo nos hace mal a nosotros mismos sino también a los que nos rodean.

Pero ¿cuáles son las causas de las enfermedades espirituales? El autor enumera cuatro causas principales por las que podemos estar espiritualmente enfermos.

  • Pecado

“Todo pecado hiere al hombre en su interior. Produce autodestrucción y autodegradación. Atenta contra la imagen de Dios en nosotros” (pág. 35).

  • Rencor o resentimiento

“Naturalmente todo maltrato nos lastima emocionalmente y nos causa dolor. Ese dolor puede transformarse en amargura, resentimiento y rencor (…) Si no sanamos rápido y correctamente esas heridas emocionales y espirituales según la Palabra de Dios, se van a infectar y todo el cuadro se puede complicar” (pág. 55).

  • Opresiones diabólicas

“(el enemigo) roba la paz, la felicidad, la salud, la tranquilidad, la santidad, la armonía. Él mata, arruina, destruye. Así opera el diablo (…) Trabaja a partir de la ignorancia de las personas, de su desconocimiento de la verdad y de la voluntad de Dios” (pág. 74).

  • Mentiras del diablo

“Las creencias erróneas que nos decimos a nosotros mismos vienen directamente de lo más profundo del infierno. Son formuladas y despachadas por el propio diablo (…) No quiere correr el riesgo de ser descubierto, de modo que siempre hace aparecer como verdad la mentira que dice” (pág. 96).

¿Puedo, siendo cristiano, sufrir alguna de estas enfermedades?

Sabemos que la sociedad sin Dios está enferma… Pero ¿qué pasa cuando aun siendo cristianos notamos algunos de esos síntomas en mayor o menor medida?

Me acuerdo muy bien el día en que una compañera del colegio me preguntó si yo era feliz. “Sí”, le respondí sin dudarlo, pero también sin pensarlo. A veces los cristianos pensamos que solo por ser cristianos estamos exentos de males, y la realidad es que no. Además, ir a la iglesia todos los domingos (o ver la reunión por YouTube) no nos garantiza tener sanidad espiritual.

Debemos examinarnos continuamente, limpiar cada día nuestro corazón y llenarnos de la Palabra del Señor y de su presencia, y estar atentos a si surgen en nosotros algunos de los síntomas que menciona el autor en su libro.

Que podamos tener vida abundante, que desborde de nosotros paz, alegría, amor, la presencia de Dios… Y, contrariamente a lo que hace un corazón enfermo, que nuestros corazones estén sanos para llevar sanidad del Señor a quienes lo están necesitando.

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Gracias a todos por sus lindos comentarios. Además de motivarme a seguir escribiendo, nos aportan valor a todos: a mí y a los que visitan esta página. Los invito también a compartir el contenido y a suscribirse (envío un newsletter mensual el primer día de cada mes).

¡Un abrazo grande!

Marisol

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