El Cristo de madera – Testimonio de Rubén Solari (Parte 2/3)

Este artículo es la continuación de Un bocado dulce – Testimonio de Rubén Solari (Parte 1/3).

***

En el año 1976, inició en la Argentina la sexta dictadura militar. Fueron años de mucha violencia en el país. Se habían creado centros clandestinos de detención, donde se torturaba a los detenidos, con el objetivo de que delataran la ubicación de otras personas que también eran buscadas. Tras semanas de torturas inenarrables, estos eran en su mayoría ejecutados.

Y era a uno de estos centros a donde lo habían llevado a Rubén.

Lo habían metido en una habitación con los ojos vendados, y quitándole la venda, lo sentaron en una silla de fórmica blanca con patas cromadas, que estaba frente a una mesa del mismo material.

Después de sentarlo, sin decir mucho, lo dejaron solo.

En las paredes celestes con friso gris, había una sola ventana, cubierta con una cortina. Cuando Rubén la corrió para averiguar dónde estaba, notó que esta había sido tapiada con ladrillos, y aunque seguramente todavía era de día, no tenía forma de saberlo.

El miedo iba creciendo de a poco, y cuando entraron a interrogarlo, también creció la confusión.

–Bueno, ¿qué tal?

–Bien.

–Dale, ¿qué viniste a hacer a la municipalidad?

–Nada, estoy trabajando.

–Sí, sí. Ya estamos averiguando. Hace dos semanas entraste vos.

No. Rubén no había entrado hacía dos semanas, pero su compañero, el que le había prestado los lentes de sol, sí.

–Acercate a mí que quiero verte bien. ¿Qué sos?, ¿zurdo? ¿Qué sos?, ¿milico? –siguieron preguntando.

Rubén no sabía qué pensar ni qué responder. ¿Zurdo, milico? ¿Qué eran ellos, entonces? Ante la falta de respuesta, la orden fue: “Investíguenlo”.

Un golpe.

Otro golpe.

Y ya después no los podía ni contar.

–Bueno, hablá. ¿Qué tenés que decirnos?

–¿Qué querés que te diga?

La oreja le sangraba y ya tenía varias muelas flojas.

–Sacate todo.

Después de esa orden, entraron dos personas más con elásticos metálicos de cama, lo que no daba lugar a dudas de lo que seguía.

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Con la ropa tirada en el suelo de cerámicas blancas y negras, Rubén temblaba de miedo y pensaba en su familia: su esposa y sus tres hijos. Deseaba volver a verlos, sin embargo, en lo más profundo de su corazón sabía que eso ya podía no ser una posibilidad.

Tenía el corazón inundado de angustia y el cuerpo lastimado, pero por algún motivo levantó la mirada y notó que, sobre el celeste apagado de la pared, resaltaba una figura: un Cristo crucificado, tallado en madera.

Aunque antes había observado la habitación, casi vacía, no se había percatado de esa cruz. Pero cuando la vio, recordó el consejo de Benito, su compañero de trabajo, y fue en ese momento cuando pronunció la frase más importante de su vida: “Ay, Jesús. Si me salvás de esto, yo te sigo”.

Nunca había tomado un compromiso tan en serio. Sabía que si salía con vida de esa habitación, era a Dios a quien le iba a dedicar el resto de sus años.

Fue una oración sencilla; pocas palabras, pero sinceras. Y después de orar, sintió paz.

La puerta se abrió nuevamente, y por esta ingresó un hombre solo para advertirle que si no hablaba iba a saber “cuántos pares son tres botines”.

–¿Delante de un Cristo me van a torturar?

–¿Quién puso eso ahí? –preguntó con indignación este hombre mientras salía nuevamente.

Sin embargo, sin darle mucho tiempo al asunto, el verdugo atravesó la puerta con un balde de agua y una máquina para descargar electricidad.

Aunque no se le veía el rostro, la frase que pronunció al ver al detenido delató que no había ingresado antes al cuarto:

–Che, ¡este no es!

–¿Y qué hacemos? –preguntó otro.

–Y tiralo.

En silencio, con el cuerpo lleno de sangre y varios huesos rotos, Rubén se vistió como pudo. Después de vendarle los ojos, nuevamente lo metieron en otro auto.

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Aunque había visto mucho y su vida todavía corría peligro, ya no tenía miedo.

En el suelo de la parte trasera del auto, Rubén sentía las curvas, pero desconocía a dónde lo estaban llevando. Entonces, recordando las palabras que Benito le había enseñado, dijo: “Muchachos, yo no sé por lo que pelean, no sé qué ideales tienen, no sé. Pero en el nombre de Jesús, y por lo méritos del Espíritu Santo, déjenme libre. Tengo tres hijos”.

El auto frenó y abrieron la puerta.

Cuando ya casi había salido del auto, una patada lo hizo rodar por un zanjón, y de pronto sintió un golpe y un ruido fuerte en la cabeza. Me mataron, pensó.

El auto arrancó y se fue. No se escuchaba más que el sonido de los renacuajos.

Después de estar quieto unos minutos, con una mano se sacó la venda. Ya era de noche y la luna, más brillante que nunca, se reflejaba en el agua.

Al incorporarse, notó a su lado un portafolio pequeño, que era con lo que lo habían golpeado, y cuando lo abrió, encontró sus documentos, algo de dinero y un reloj con agujas luminosas que le había regalado su hija.

Miró la hora: eran las nueve en punto.

Cuando pudo salir del zanjón, embarrado, dolorido y ensangrentado, vio una ruta. Miró para un lado y vio luces a lo lejos. Miró para el otro: lo mismo; y mientras decidía para dónde caminar, sintió que se acercaba un vehículo.

¿Eran ellos de nuevo?

***

¡Gracias por leer este artículo!

Continuación (y ya última parte de este testimonio): Una oración hecha a tiempo – Testimonio de Rubén Solari (Parte 3/3)

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3 comentarios en “El Cristo de madera – Testimonio de Rubén Solari (Parte 2/3)”

  1. Maria Angélica Llano

    Muy bueno se me erizo la puel y el corazón se me estremecio una oración sencilla corta pero sincera desde lo más profundo de su ser . Hasta el proximo viernes!!! Bendiciones!!!

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