Robos frustrados

Testimonio de Liliana

Liliana caminaba por las calles de San Justo un día de semana. Era fines de diciembre, y ella iba a hacer algunas compras para su hogar. Llevaba con ella un changuito para que le alivianara el peso de las bolsas al regreso, pero todavía lo tenía vacío.

Llevaba, además, la tarjeta de crédito y su documento, que en ese momento habían adquirido un valor especial, porque en pocos días se iría de vacaciones con su familia.

Estaba caminando cuando dos chicos se le aparecieron de la nada y la encerraron contra una pared, mostrando tener aparentemente un arma. Ella, asustada, se cubrió con el changuito, usándolo como de escudo, y oró en silencio para que el Señor la guardara.

–¡Basta, no grites más! ¡Callate la boca! –decía nervioso uno de los chicos, pero Liliana en ningún momento había levantado la voz. Sin pronunciar palabras, había acudido a alguien mayor, mucho mayor que ella, para que la ayudara en ese momento.

Testimonio de José Luis

Volvía de trabajar, por Barracas, que es una zona en la que hay muchas fábricas abandonadas, y estaba todo muy vacío. Era Navidad, y tenía en su mochila dinero extra que le habían dado por las fiestas, y algunos otros obsequios de la empresa.

De repente, pasó un hombre corriendo y lo miró, tratando de advertirle algo, pero José Luis no entendió. Fue entonces cuando vio tres hombres que venían por la vereda de en frente, y antes de que pudiera tomar una decisión, ya estaban cruzándose para su vereda. Dos de ellos estaban armados.

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Golpeándolo, lo tiraron al suelo y le quitaron sus pertenencias: la billetera, el dinero, los documentos, la mochila.

Decidido, uno de los hombres, con el arma en la mano, decía: “Dejá que yo lo quemo, yo lo quemo”, pero una frase lo frenó: “Yo creo en Jesús”, fueron las cuatro palabras que pronunció  José Luis, que se había sentado en el suelo.

Inmediatamente, uno de ellos saltó, se puso delante de él y le dijo a los otros: “Vamos, vamos, vamos. Dejamos todo, vamos”.

Y se fueron.

Testimonio de Luciana

Salió temprano de su casa para ir a su trabajo. Había caminado apenas unos metros por esa calle vacía, cuando escuchó que se acercaba una moto, que iba disminuyendo la velocidad detrás de ella. Cuando se dio cuenta de que la persona que la manejaba tenía intenciones de robarle, frenó el paso en brusco para dar la vuelta, pero al mismo tiempo que ella retrocedía, el muchacho sacaba de su cintura un arma.

–¡Te quedás quieta! –gritó desde su moto.

Pero Luciana, haciendo caso omiso a lo que este hombre le ordenaba, corrió en dirección contraria. Sin embargo, no pudo ir muy lejos porque, en su intento de escapar, se resbaló con unos arbustos y se cayó al suelo.

Levantándose, exclamó con autoridad: “Te reprendo en el nombre de Jesús”. El muchacho se quedó quieto y se fue.

Otro punto de vista

Al leer estos testimonios, podemos pensar en la fidelidad de Dios, en que cuida y ama a su pueblo, pero también podemos verlos desde otro punto de vista.

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Me gustaría poder contarlos también del lado de las personas involucradas como asaltantes, pero no las conozco.

Sin embargo, puedo imaginarme –o me gustaría creer– que cuando salieron corriendo, algo pasó; que en sus corazones nació un profundo temor espiritual; que esa noche pensaron en el nombre de Jesús y en lo que había provocado en ellos.

Y quién sabe si ese día marcó una diferencia en sus vidas. Y si aún recuerdan esa mañana o tarde o noche en que se encontraron con personas sencillas, pero temerosas del Señor que, sin decir mucho, hicieron visible el poder y el amor de Dios.

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