Les debía este artículo. Gracias a Dios, hoy mi hija Antonella se encuentra perfectamente bien, pero ayer se cumplió un año desde el día en que la internaron, y me pareció una buena oportunidad para contarles cómo fue y qué entendí cuando Anto, de un año y un mes en ese momento, estuvo en coma farmacológico por una bronquiolitis.
Primero, un poco de contexto
Anto empezó con temperatura alta un viernes a la madrugada. No sabíamos bien por qué, porque no notábamos otro síntoma, pero como el sábado no mejoró, la llevamos a una guardia. Se la notaba agitada y nos dijeron que probablemente estaba así por la fiebre, así que volvimos a casa. Pero al día siguiente, notamos que su salud no estaba mejorando y la volvimos a llevar al mismo lugar.
Esperamos algunas horas y nos atendieron. Se la veía muy agitada, por lo que tuvieron que hacerle una placa, ponerle oxígeno y darle algunas medicaciones para ver si se recuperaba. Si respondía bien, nos volvíamos a casa. Pero no se recompuso y nos trasladaron a la Clínica de Monte Grande para internarla. Ya era la madrugada del lunes.
Estaba peor de lo que yo pensaba
Tenía la idea de que las internaciones eran solo por algunos días, hasta que el paciente mejorara, y después, a casita.
Pensaba que con un poco de medicación y oxígeno, en tres días, como mucho, ya estábamos de nuevo en la rutina de todos los días. Pero no fue así. Anto estaba cada vez más decaída, hecha un trapito. Solamente dormía y comía; no jugaba, no se reía… mi chiquitita.
A pesar de todo esto, yo inocentemente seguía con esa idea de que en cualquier momento nos daban el alta.

Las noticias no fueron buenas
El miércoles a la tarde, Carolina Sabatini (Jefa de la Unidad de Terapia Intensiva Pediátrica, una doctora muuy amorosa) nos comunicó que querían pasarla a Terapia Intensiva por prevención, para tenerla más controlada. La noticia me tomó por sorpresa, y me entristeció, pero lo que no sabía era que iban a venir noticias peores que esa (descubrí que los médicos van informando de a poco –y lo bien que hacen– para que uno pueda ir procesando lo que está viviendo).
Un poco más tarde, vinieron los kinesiólogos a revisarla y nos dijeron que lo que estaba fallando en su cuerpito era la parte mecánica de la respiración. Anto estaba muy agitada, como si estuviera corriendo una maratón desde hacía ya varios días y, si seguía así, había dos posibilidades: o se cansaba y dejaba de respirar, o se le producía un paro cardiorrespiratorio.
Mi esposo y yo estábamos petrificados, pero todavía no nos habían dicho lo peor.
–Para que se recupere –siguió diciendo el médico– tenemos dos opciones: la cánula de alto flujo (era algo similar a lo que ya tenía) o intubarla, para que ella no siga haciendo tanto esfuerzo y se pueda recuperar.
Además de petrificados, ahora estábamos en shock. No entendíamos qué estaba pasando ni por qué su cuerpito no respondía a tanta medicación que se le había suministrado hasta ese momento.

Traslado a Terapia Intensiva
Una vez estuvo lista la habitación de terapia, nos dijeron de llevarla, apoyarla en la cama de su nueva habitación, darle un besito y salir a esperar afuera para que los médicos pudieran sedarla e intubarla.
Y ese fue el momento más difícil y doloroso que vivimos como padres hasta el día de hoy.
Pensamientos fugaces
Antes de salir al pasillo a esperar que le realizaran la intubación (que, aunque el médico había mencionado otra alternativa, creo que ese fue siempre realmente el único tratamiento que habían pensado hacerle), tuvimos que pasar por la habitación que habíamos desocupado para sacar nuestras cosas.
En la cama había algunas cositas de Anto. No recuerdo exactamente qué era, pero sí que, cuando las agarré, no sabía si tirarlas o qué hacer. Fue un pensamiento de un segundo, pero lo tuve. Había una parte de mí que ya no tenía esperanzas, pero no podía llenar mi mente de pensamientos negativos, y no lo hice.
En la sala de espera
Dios está tan atento a nuestras necesidades, que la intubación se dio justo cuando unos amigos estaban cerca de la clínica. Apenas se enteraron de la noticia, vinieron a la sala de espera. Ese momento tan triste lo pudimos pasar con amigos que oraron por nosotros, nos trajeron algo para comer y nos acompañaron en nuestro dolor, dándonos palabras de ánimo y su muy valiosa compañía.

Visión de mi tía Marta
Mientras esperábamos a que los médicos nos informaran que ya podíamos pasar a la habitación donde estaba Anto. Recibí un mensaje de mi mamá: “La tía Marta me decía q se fue a orar a su pieza de rodillas y tuvo como un segundo de una visión… que el Señor la estaba acariciando a Anto y ella le sonreía”.
No sé cómo explicar lo que ese mensaje significó para mí. En ese momento tan duro, mi única oración era: “Señor, por favor, quiero que estés con ella, quiero que la acompañes y que ella pueda sentir tu presencia y cuidado en este tiempo; a pesar de ser tan chiquita y no entender lo que está viviendo, que tu compañía la fortalezca”.
Y cuando leí lo que mi tía había sentido en esa visión, tuve la certeza de que así era. Mi hija estaba siendo cuidada por la persona que más la ama, y a pesar de estar atravesando por ese valle de muerte, tenía la compañía, el cuidado y el amor de Jesús.

Miedo de perderla
Acompañarla en la habitación a Anto fue una experiencia muy difícil. Estaba constantemente atenta a las pantallas en las que se veía su ritmo cardíaco, presión arterial, saturación y temperatura corporal. Cuando alguno de los valores no estaba en el promedio adecuado (cosa que pasaba muy seguido), sonaba una alarmita.
Mi miedo era completamente acertado: yo sabía que en cualquier momento alguno de esos valores se podía “disparar”.
Su cuerpito estaba luchando contra el virus sincicial respiratorio, y no había medicación que pudiera ayudarla a salir adelante, más que sus propias defensas, formadas durante todo su desarrollo y fortalecidas por la buena alimentación que gracias a Dios había tenido hasta ese momento.
Un médico, familiar de mi esposo, nos dio un motivo de oración específico (y fue el que yo mandé a la iglesia): “Oren para que su cuerpo resista. Si se cansa, no hay nada que podamos hacer”.
Seis días de prueba
La intubación se extendió por seis días. En esos días, no solo se probó qué tan buenas defensas tenía Anto ni qué tan fuerte era su cuerpo, sino también qué tan fuerte era mi fe, y si hasta ese momento me había “alimentado” bien o no.
***
Gracias por leer esta primera parte del artículo. El viernes por la mañana voy a estar publicando la continuación.
Sé que hubo mucha, mucha gente orando por Anto y estoy MUY agradecida por el apoyo que nos dieron como familia el año pasado cada uno de ustedes. Sentir el amor y cuidado de Dios expresado de tantas formas distintas nos sostuvo y marcó nuestros corazones.
¡Un abrazo muy grande!
Fue tan real y hermosa, esa vision que jamas se va a borrar de mi memoria. Doy gracias a Jesús..por su amor y ternura por esa pequeña. Era como ver una florcita marchita que revivía , regala por las lágrimas de sus papis..y las caricias del Dios eterno.
Hola, tía!!! Fue así tal cual decís. Parecía que se iba apagando de a poquito, pero Dios sopló vida sobre ella. Gracias por tus oraciones!! ♥