Hace ya un tiempo que me siento cansada y con pocas energías durante el día. Es entendible, porque tengo un desgaste cotidiano normal por la crianza, pero de todas formas quería saber por qué me sentía así.
Por eso, saqué turno con un médico para comentarle sobre mi cansancio y preguntarle qué recomendaciones me daba, pensando que tal vez me podría sugerir algunas vitaminas o estudios específicos.
Pero su respuesta, después de darme las órdenes para los estudios normales de rutina, me sorprendió: “Comé bien, tomá mucha agua y hacé ejercicio”.
Y prosiguió diciendo: “Eso es lo fundamental. Cuando empieces a implementar estos hábitos, vas a notar un cambio rotundo”.
No era lo que quería escuchar
Lo que me sorprendió de sus palabras fue la seguridad con las que las pronunció. No me preguntó cuáles eran mis hábitos alimenticios, los supo cuando le conté que me sentía débil.
Sin embargo, yo esperaba escuchar otra respuesta, algo que exigiera menos de mi parte. Como dije anteriormente, tal vez unas vitaminas para tomar por la mañana, alguna pastilla que me ayude a solucionar fácilmente mi cansancio.

Aunque en momentos específicos algunos suplementos son necesarios, en mi situación actual no me ayudarían porque no solucionarían el problema de fondo: no como sano y abundante porque me lleno con otras cosas, que realmente no me aportan nada y tampoco me hacen bien.
¿A qué viene todo esto?
Les conté por Instagram que estoy leyendo un libro (en los ratitos libres que me dejan mis hijas) que siento que va a marcar un antes y un después en mi vida. O eso espero.
El libro se llama En la búsqueda de Dios (el autor es Tommy Tenney). Más adelante seguramente escriba un artículo específicamente sobre este libro, pero quiero adelantar algunos párrafos.
Dice el autor (y espero que se empiece a entender a qué apunto con este artículo): “Nuestro problema es que nunca hemos estado realmente hambrientos [del Señor]. Satisfacemos nuestra vida y saciamos nuestra hambre con cosas de este mundo”.
Dios prepara el pan con amor
Cuando mis hijas se levantan, muchas veces les preparo un pancito saborizado, con semillas. Es fácil prepararlo y a ellas les gusta. Otras veces (la mayoría) saco pan del freezer y lo caliento.
Pero creo que el pan que nos prepara Dios a diario se parece más a mi primera opción y no a la segunda: pan preparado con amor, con dedicación, con ingredientes sanos y nutritivos.

Personalmente, disfruto ver que mis hijas desayunen con entusiasmo y que, después de decirme: “¡Terminé!”, se vayan a jugar felices y llenas de energía.
En cambio, me frustro cuando preparo comidas elaboradas y nutritivas, con ingredientes que sé que necesitan para sentirse bien y tener las defensas altas, y en vez de aceptarlas con entusiasmo, me las rechazan.
Pensando en esto del pan diario, me preguntaba a mí misma cuál es el pan que Dios nos prepara cada día. Siempre pensé en el pan diario como “el versículo diario”. Hasta que entendí que el pan diario ¡es él mismo! Es su presencia. Eso es todo lo que necesitamos.
Prosigue el autor de En la búsqueda de Dios: “Si está contento y satisfecho con su vida actual, entonces no quiero molestarlo más y puede interrumpir la lectura de este libro. Pero si está hambriento de Dios, entonces tengo una promesa de Dios para usted. Él dijo: ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados’ (Mateo 5:6)”.
Palabras finales
Hay algo más que quisiera agregar a este artículo, y es que los procesos de Dios son en su tiempo y no en los nuestros.
Muchas veces me frustré porque no recibí eso que esperaba de Dios en alguna reunión específica o en alguna mañana de oración. Pero estoy empezando a entender que Dios espera de nosotros que sepamos esperar (valga la redundancia).

Si buscamos, vamos a encontrar, de eso no hay duda alguna. Si hasta ahora no encontraste en Dios lo que esperabas de él, seguí buscando (y me lo digo a mí misma principalmente). No te llenes con nada más para saciar momentáneamente el hambre.
Y termino con estas palabras de Tommy Tenney: “En el nombre de Jesús, lo libero de la religiosidad muerta. Le pido al Señor que usted llegue a estar tan hambriento de Dios que ninguna otra cosa le importe”.
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¡Un abrazo grande!
Marisol