Una aclaración importante: este texto es la transcripción de un audio que me envió mi tía Marta (hermana de mi mamá). Por eso hay muchas expresiones específicas de la oralidad. Solo modifiqué lo mínimo y necesario para que su testimonio se pueda interpretar bien, y agregué algunas divisiones para facilitar la lectura.
Este testimonio, en lo personal, me impactó mucho. Espero también sea de edificación para sus vidas.
“El Señor me hizo libre del tabaco y del pecado”, por Marta Onufryjczuk
Después de que falleció el tío Alejandro, mi hermano, yo me preguntaba mucho, me preguntaba… Yo estaba totalmente apartada, el me veía fumar, me veía mal, me veía así como que estaba lejos de Dios y mi corazón también y bueno, después de que falleció, al año, por ahí, empecé a preguntarme, me torturaba la pregunta: dónde está mi hermano.
¿Por qué? ¿Qué pasó? Antes de eso yo había escuchado un testimonio de siete jóvenes de Centroamérica que habían tenido una experiencia, que Dios los llevó siete días, creo que al infierno y otros días al cielo, y les mostró y vieron a personas ahí y bueno.
Pero era como que cuando escuché esos testimonios me quedó como una visión de todo lo que escuché clarita, clarita. Recuerdo hasta el día de hoy todo lo que se vive allá abajo y todo lo que se vive arriba, y me impactó mucho, entonces me preguntaba yo: ¿dónde está mi hermano, dónde está mi hermano? Día y noche… ¿Dónde estará? Si en ese lugar tan horrible o arriba con el Señor.
Y bueno, un día estaba en mi casa. Estaba haciendo cositas acá, Juan trabajaba, yo estaba casada con un hombre bueno. Por supuesto que estaba apartada yo, tenía mi techito, mi autito mi buen pasar, dentro de todo, en una linda ciudad (Mar del Plata), en la cual siempre soñé vivir y bueno, hasta que… fumaba mucho, mucho, hasta dos atados de cigarrillo por día.
Era como que me despertaba a la mañana y lo que primero a agarraba, estiraba la mano y agarraba el atado de cigarrillos, que tenía arriba en la mesita de luz, lo que primero hacía era, antes de sentarme en la cama, ya prenderme mi cigarrillo.
Para mí era como un amigo, un amigo, algo necesario. Si me faltaba ese amigo era como que me faltaba todo. Ese humo llenaba mi vacío.
Una voz me habla
Hasta que en una oportunidad, en una tarde, mediodía, estaba lavando ropa en mi galería y estaba con el cigarrillo en la mano así, la colilla medio mojadita, y la agarraba igual y pitaba y lavaba ropa y fumaba.
Hasta que en un momento, yo ya había ido al médico antes de eso, y hacía dos meses que estaba tomando una caja, una medicación, unas pastillas coloradas que eran para, supuestamente, para dejar de fumar, pero cuanto más tomaba de esos, más deseos tenía de fumar, no me hacía ningún efecto ni nada. Era que estaba en una cárcel.
Yo sentía que estaba entre barrotes y yo quería salir de ahí y no podía. Algo me tenía atrapada en esa cárcel, en esa prisión de la cual yo no podía salir.

Es más, hasta he revuelto mis bolsillos y los bolsillos de Juan, de la campera, de todo lo que había para ver si no encontraba una moneda de diez centavos para ir hasta la estación de servicio a las once de la noche bajo la llovizna a buscar un cigarrillo suelto aunque sea porque era desesperante cuando no lo tenía.
Y un día estaba ahí, te vuelvo a repetir lo que me pasó, que estaba lavando ropa, estaba muy angustiada yo, con mucho dolor en la espalda, los pulmones…
Y en un momento estaba parada al lado de la pileta y así en mi oído derecho, como en mi hombro derecho escucho una voz patente, clarita que me decía: “El enemigo vino a matar, hurtar y destruir, pero yo vine a traerte vida y vida en abundancia”.
Yo medio me sorprendí porque yo conocía esa palabra y me di vuelta y no había nadie.
Clamar por perdón
Entonces apagué todo, tiré esa colilla, cerré la canilla y me vine corriendo así a mi pieza, agarré la almohada, la tiré al piso y caí al lado de la cama a llorar y a pedir a Dios: “Yo quiero esa vida abundante, yo quiero… No quiero más estar en esta cárcel, quiero esa vida abundante”.
Y tenía mi Biblia por ahí que la busqué y la busqué, porque hacía años que no la abría y bueno, después de estar llorando y llorando muchas horas, mucho tiempo, al lado de mi cama y pidiendo a Dios perdón, agarro la Biblia y la leo, abro el Salmo 51 y en el Salmo 51, cuando empecé a leerlo yo lloraba con cada versículo porque parecía que lo hubiera compuesto yo ese salmo.
Versículo por versículo, me lo leí y dije: “Señor, esto lo hice yo. Esto es lo que está saliendo de mi corazón”.
Así que bueno, empecé a clamar, a clamar, a clamar, a pedir perdón, a reconocer que estuve muchos años viviendo de espaldas a él. Que yo no quería más vivir de espaldas, que él había dado su vida por mí y yo quería volverme a él y que tenga misericordia de mí.
No le estaba mucho pidiendo la libertad del cigarrillo, si no que reconocía en mi corazón la carencia de esa presencia, que necesitaba esa llenura de él en mi vida, de volverme a él, de pedir perdón.
El Señor me saca de la cárcel
Entonces, en un momento, llorando, llorando y pidiendo perdón y haciendo mías esas palabras del Salmo 51, en un momento empiezo a escuchar como cuando pegás con un martillo sobre un fierro y retumba, ese… no sé si alguna vez viste películas así de presos, que cuando cierran las rejas se escucha como que retumba el fierro, el hierro, de los barrotes.
Yo escuché algo así como que alguien rompió con un martillo y cayó, como un ruido de que cayó como una cadena al piso y esos barrotes se abrieron.
Y yo ahí empecé a sentir sobre mi corazón, en mi cuerpo, en mi físico, empecé a sentir así como como cuando vos tenés mucha sed y de pronto te tomas un vaso gigante de agua fresca.
Así, como cuando te entra ese líquido en el cuerpo, así empecé a sentir cuando cayeron esos barrotes y se me abrieron esas puertas.
Y empecé a tomar esa agua fresca, fresca… espiritual, ¿no? Y empecé a sentir un gozo, un gozo, un gozo, un gozo, una alegría tan grande, que empecé… Levanté mis manos al cielo y empecé a hablar en lenguas. Yo estaba bautizada desde los 14 años, había recibido la promesa del Espíritu Santo, y empecé a hablar en lenguas.

Y levanté mis manos y me paré y era como que me quería elevar hasta el cielo más o menos de la alegría que tenía, del gozo, y me puse a cantar, no sé qué canción, pero empecé a alabar y yo sentí que vino la libertad del Señor a mi vida y esos ruidos de cadenas eran que el Señor me estaba sacando de la cárcel, de la esclavitud de ese cigarrillo y a la vez me estaba perdonando, lavando con su sangre, y haciéndome libre de ese vicio y libre de mi pecado y de mi esclavitud.
Así que me venían deseos de salir a la esquina de mi barrio y gritarle a todo el mundo que era libre, era libre, que salí de la cárcel, que era libre, que Jesucristo solamente hacía libre al ser humano, a la persona.
Una nueva persona
Bueno y después de eso vino Juan, estaba mi suegro, estaba la señora de mi suegro que no era la mamá de Juan. Y también decía: “Uh, pero qué cambio, cómo cambiaste. Ya no sos más la misma”. Y yo no sé lo que veían en mí, porque yo antes no la quería a mi suegra, sino que después fui, la abracé, y era como que el amor de Dios rebalsaba dentro de corazón y hasta todos los que antes me despreciaban y yo tampoco apreciaba mucho, empecé a amarlos con un amor diferente, así que bueno.
Y después vino la tía Susi, al otro día, no sé qué andaba haciendo acá por Mar de Plata y ella prendió un cigarrillo y fumó y yo ni sentí el olor del cigarrillo que ella fumaba. Y en un momento ella me dijo: “¿No fumás más?”. Y yo: “No”. “No te puedo creer, eso es un milagro”, me dice la tía Susi. “Sí, es un milagro. Hace una semana que no estoy fumando más y que no tengo deseos ni siquiera sentí el olor del cigarrillo que vos prendiste”.
Así que bueno, esto es todo lo que tengo para contarte y a partir de ahí nunca más. No tolero el olor al cigarrillo. Pasa alguien por la cuadra de mi casa, por la vereda fumando y yo ya detecto el olor a cigarrillo y ya es un rechazo total que siento. Así que bueno, esa fue mi experiencia con la libertad, que solo Jesucristo puede traernos.
Así que bueno, ese es mi testimonio de ese milagro, que el Señor me hizo libre del vicio del tabaco y del pecado, y de tantas cosas que había dentro de mi corazón y ahí empecé a buscar una iglesia para congregarme y tener comunión con hermanos y cantar y adorar juntos y bueno, leer la Biblia y predicar, e ir al hospital y orar por los enfermos, y bueno, fueron una serie de acontecimientos, y hasta el día de hoy no me aparté del Señor en mi corazón.
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¡Gracias por leer este artículo! Deseo de todo corazón que el Señor lo use para que muchas personas que se sienten esclavas de algún pecado o vicio puedan entender que, así como pasó con mi tía Marta, en Dios hay libertad, y que Él transforma las vidas y las hace nuevas.
¡Un abrazo grande!
Marisol